Sociedad

Algo de humor

A propósito de la llegada del invierno y las vacaciones que se aproximan: recuerdos de Bariló

Tengo muy presentes, cada vez que llega el invierno, algunos momentos del viaje que hicimos hace más de 20 años con mis compañeros del Normal 1, hoy convertido en Escuela Media 32, a través de la compañía Río de la Plata, hoy convertida en chatarra.

6 jul 2017

Perdí un poco el rastro de cómo son ahora los viajes de egresados. Me han comentado que muchos se van al Caribe con la misma guita que te vas a Bariloche.

No me extraña. Las empresas que te llevan a la hermosa ciudad del sur argentino te choricean en todo. Desde una excursión donde te subís un caballo drogado para recorrer un sendero a la velocidad de Roberto Lavagna hasta una foto que luego de unos meses juntará polvo en un placard.

A pesar de esos afanos, tengo muy presentes, cada vez que llega en invierno, algunos momentos del viaje que hicimos hace más de 20 años con mis compañeros del Normal 1, hoy convertido en Escuela Media 32, a través de la compañía Río de la Plata, hoy convertida en chatarra.

Bariloche se resume en dos palabras: sexo y nieve. O, en nuestro caso, poco sexo y mucha nieve.

Sexo
Recuerdo que salían dos ómnibus juntos y el sueño del pibe era ir con algún colegio católico de minas, hoy convertidos en mixtos. Por otro lado, el sueño de las pibas de nuestra división era comerse al coordinador o cualquier pibe que no fuera alguno de nosotros: los seis boludos que tenían de compañeros desde hacía mil años.

Obvio, marcados a fuego por nuestro camino paralelo al éxito, nos tocó el Normal 2. Una especie de clon de nuestra división compuesto por personajes con las mismas características que nosotros: poco glamour y bastante calle, algo que nos vino muy bien para divertirnos pero no para nuestros objetivos meramente carnales.

A partir de ese momento se planteó, entre los pibes de uno y otro Normal, una especie de batalla no declarada oralmente, pero presente en las mentes de todos los varones.

Aquí, estimado lector, le pido que deje de lado por un instante la cuestión del machismo-feminismo, y póngase en la mente (y en los huevos) de un pibe de 17 o 18 años en la década del 90. Gracias al cielo hemos crecido como sociedad, pero en ese entonces, el único objetivo era clavarse a las pibas del otro colegio sin que el enemigo vulnere la dignidad de tus compañeras. Ataque y defensa. Así de concreto.
Por supuesto que a los dos días, y con nuestras amigas más interesadas por su propia libido y su libertad como mujeres que por nuestro estúpido y tácito juego, ya estábamos 3 a 0 abajo con dos peones y algún alfil menos. En ese instante, sabíamos que perdíamos como en la guerra, mientras inflábamos forros para tirarlos por la ventana.

Con el correr de la semana y gracias a los menos deformes de nuestro lado, pudimos levantar el marcador para un derrota digna. Como si algo así existiera.

Nieve

La empresa Río de la Plata, además de afanarte con el viaje, no se caracterizaba por entregar el mejor material para la nieve. Apenas unos borcegos en desuso recuperados de algún ejército caído en desgracia y unos trajes XL para todos, sin distinción de altura, peso o sexo. Además, los “equipos para nieve” estaban confeccionados con cero abrigo.

Ese atuendo, sumado a la pelotudez propia de quienes solo habíamos visto nieve en los corsos de carnaval, me brindó un momento inolvidable: cuando mi amigo Ariel se puso el lompa de tela avión alquilado directamente sobre los calzones.
-Uds. son todos unos boludos- nos repetía - Esto es un pantalón, giles ¿Cómo te vas a poner un pantalón encima de otro?
-Pero no, narigón. No seas paja ¿Tenés que ponerte, al menos, el vaquero abajo? Te cagás de frío en el Cerro-, le respondí para que entrara en razón.
Por suerte lo entendió. Pero dos horas después, cuando ya estábamos arriba de la aerosilla:
-¡ME MUERO, LA PUTA MADRE! ¡DECILES QUE PAREN!
-Jaaaaaaaaa ¿Dónde vamos a parar, pelotudo, faltan 25 minutos para llegar arriba y estamos a 30 metros del suelo?
-¡NO SIENTO LAS PIERNAS! ¡NO SIENTO LAS PIERNAS!

Yo lloraba de la risa mientras el tipo temblaba como una hoja, pero me entré a preocupar cuando lo vi con la cara violeta, medio escarchado en la cejas. En condiciones como para que un sobreviviente de la Tragedia de los Andes lo vaya salpimentando.

Cuando llegamos a la cima, se metió rápido en el bar del Cerro Catedral y se pidió dos café de litro. No salió más de ese lugar, mientras los otros nabos hacíamos culipatín.
En fin, a la distancia y con el paso del tiempo, supongo que con semejante cagazo, él elegiría el Caribe como muchos pibes de ahora.

Yo no. De ninguna manera.

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