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Cronos Noticias » Sociedad » 12 jun 2022 11:09

El foco sobre el lugar

Voces, miradas y sensaciones de las calles de la Megatoma de Los Hornos


  • Voces, miradas y sensaciones de las calles de la Megatoma de Los Hornos

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Por Florencia Mujanovic y Guillermo López

Hay una avenida en la Capital de la Provincia de Buenos Aires que no existe. No tiene nombre, número, o si, pero no figura en el mapa. Tiene dos sentidos de circulación y está separada en el medio por restos de tierra, pasto y monte. Es parte de una lista de calles que conforman lo que alguna vez soñó con ser un Aeropuerto y hoy es hogar para muchos y tierra de nadie para otros.

En una de esas tantas esquinas,- hay una casilla-, es de madera, igual que el cerco y la “estaca” con la que un señor tiene, junto a la puerta que está abierta, sujeto a su perro. Es pequeño, y observa a su amo que, sin remera, da vueltas. Por la hora, y la enorme olla que con esfuerzo movió hacia un costado, se podría deducir que está a punto de hacer el almuerzo, pero la falta de ropa no es producto de los rayos del sol sino que el señor de rasgos cansados y pelo con canas, está a punto de darse un baño.

Sobre uno de los laterales del frente de la casa, hay un cartel que también es de madera. Dice “Comedor”, pero allí, en la esquina de lo que los vecinos llaman 143 y 72, no funciona. El olor a comida viene de mitad de cuadra en dirección a 71.

Otra casilla, más madera. Antes de llegar a la casa, hay pasto, y la huella de un Renault blanco que está estacionado con las puertas abiertas para dejar salir la música.

Hay varias personas, Juan y Félix se encargan del fuego que en el piso, sobre una parrilla rectangular, con una cuchara grande en mano, calientan dos ollas. Al costado de la casilla, y en donde en realidad está el frente de la casa, hay una mesa de plástico con una tabla, un repasador viejo y una mujer que entra y sale y habla con gente a la que nunca se le vio el rostro por estar dentro pero sí, se supo, es la encargada de lavar, pelar y cortar las verduras que van a las ollas y luego a los vecinos del barrio que es más conocido en los medios por ser “víctima” de la toma más grande de la Provincia.

El conflicto

El barrio Los Hornos, que nació en los ‘80 tras la iniciativa del Gobierno Nacional de crear la Capital provincial, funcionaba como una fábrica de ladrillos, muchos de los que hoy faltan en las casas que lo constituyen, tanto dentro como fuera de la Toma que inició en febrero de 2020 con 45 familias y que actualmente cuenta con 2500.

El municipio de La Plata, a cargo de Julio Garro, insiste en que es responsabilidad de la Provincia el acceso de tantas personas al ex predio de aviadores por no censar y llevar un control periódico de la gente allí presente. También, repudia el fallo dictado por Alejo Ramos Padilla, que archivó la causa de la usurpación del predio de 160 hectáreas por tratarse de una zona baldía sin demarcación y por ser un acto realizado a plena luz del día.

La problemática, que de por sí es compleja, se vio en aumento cuando empezaron a comercializar lotes a través de Facebook.

Félix cuenta que conoció a un hombre que tenía alrededor de 10 terrenos. El, - no sabía lo que era una toma; su esposa, oriunda de la Ciudad, fue quien le comentó.

“La situación en Formosa es diferente, porque allá los precios de los terrenos no son tan caros”, dice mientras controla el fuego. La leña chispea y vuela junto al humo que se mezcla con el resto proveniente de otros hogares, sus ojos pestañean constantemente y se mantienen entre abiertos cuidando que las cenizas no caigan en ellos.

"Yo no sabía de la realidad de acá. A mí me dijeron: ‘Mira, estos terrenos son fiscales. Si vos querés comprar un terreno hablamos de miles de dólares. Acá se apunta mucho a lo fiscal’. Esto en mi provincia no se produce, vos vas y te metes en una tierra del Estado y vas directamente detenido", explica el joven nacido en el partido de Patiño.

"Mi mujer me contó que sus parientes viven en terrenos fiscales por Altos de San Lorenzo y ahí vinimos, por eso compramos. Por necesidad, teníamos a mi nena de 2 meses. Pusimos una casilla y hace dos años que estamos acá”, agregó luego.            

Félix tiene 26 años y es docente de educación física, trabaja de suplente en un jardín y en una escuela y vive con su mujer y sus dos hijas. Los martes, los viernes y los sábados, junto a unos diez vecinos, se encarga de las tareas encomendadas por la Cooperativa Frente de Organizaciones en Lucha (FOL), que provee de alimentos para hacer meriendas y ollas populares para repartir en el barrio.          

"Garro nos ve como usurpadores, delincuentes; como si fuéramos una mafia”, dice subrayando con bronca la última palabra, que empezó a replicarse en los medios luego de que circulara la noticia de la comercialización de los lotes y las denuncias sobre ventas de drogas, portación de armas y amenazas en el lugar.          

“La gente tiene miedo de hablar porque muchas veces se recolecta la información para decir cosas negativas. Muchos medios toman lo bueno y lo malo, hacen una nota, pero otros sólo muestran lo malo", agregó al respecto.

Por otro lado, María Botta, secretaria de Planeamiento Urbano, insiste en que el Municipio advirtió sobre aquellos acontecimientos en el predio y que la responsabilidad es exclusivamente de la Provincia, aunque no niega que la situación habitacional es una problemática a nivel local que persiste hace varios años. Durante el 2020 hubo 40 intentos de toma en la Ciudad y en lo que va del 2022, 8.          

"Cuando se usurpa en febrero nosotros hacemos la denuncia. Ahí ya teníamos registro de venta de lotes en redes sociales. En ese momento, la fiscal no toma la decisión de desalojar y esto se extrapola, siguieron entrando familias. Y aún hoy seguimos sin respuestas”, fundamentó la funcionaria.          

"Acordamos con el Gobierno de la Provincia que el límite eran 158 familias, que eran las que se encontraban en ese momento según un censo que habíamos realizado”; Cabe señalar que la decisión del Juez fue urbanizar dicha zona para dar solución al problema habitacional de las familias, medida aprobada por la Provincia y aborrecida por Julio Garro, que pidió el desalojo.          

"El predio está en medio de dos arroyos y asentaron casas en una zona inundable. Esto no sólo perjudica a las familias que están allí sino también a vecinos de barrios aledaños porque están bloqueando un circuito hidráulico. Esto acrecentó hechos delictivos, robo de energía eléctrica, amenazas a los vecinos. El hecho de la venta de drogas se puede chequear con información oficial de los medios porque la policía se tuvo que camuflar para detener a un grupo narco", aseguró Botta.

Víctimas y ¿victimarios?

Es fin de semana, los rastros de la lluvia del 25 de mayo se vislumbran en cada esquina. Félix ya había advertido lo difícil que se ponía el barrio los días de tormenta, “tenés que ver a la gente caminando por el barro a las 5 de la mañana con botas para llegar a la parada del colectivo”, sostuvo y comentó que recién ahora, después de muchos meses y pedidos a la subsecretaría de Hábitat, se puede circular con autos dentro de la toma.

Esta vez es más temprano. Juan recién empieza sus tareas. Con un hacha de mano corta pedazos de madera; -es el único sonido que se escucha-, además de la combustión del cigarro que tiene en la boca y las voces que de a ratos se dejan oír y provienen de adentro de la casa. El casi no habla, se limita a escuchar y a responder si o no, quizás por timidez o por ser el cuñado de la dueña del Comedor, que según dijeron recién se había ido.          

Con un rastrillo, el hombre de contextura delgada remueve la tierra húmeda. Busca el encendedor que hace un segundo tenía en la mano, se va adentro, vuelve con un termo y mate que deja a un costado. Mientras enciende el fuego empiezan a vislumbrarse nuevos rostros. Unas manos morenas y arrugadas entran en escena; son las de Irma, una mujer de 55 años que desde mediados del año pasado también ayuda en el comedor. Lleva puesto un jean que le queda suelto en las rodillas, una campera de polar y chaleco negros con una bufanda en la cual cada tanto esconde su nariz del frio. Sus zapatillas son deportivas y violetas, aunque el barro casi no lo deja ver. En su pelo, marcado por el paso del tiempo y tintura vieja, lleva una cola a la altura del cuello y con varias hebillas sujetas alrededor de su cabeza contiene lo que alguna vez fue un flequillo.          

Parada junto a Félix, que esta vez se quedó dormido, escucha, sonríe, apoya las palabras de su compañero. Entra y sale de la casa como si fuera propia. Ella también es de Formosa, de un pueblo llamado Clorinda, y llegó a La Plata, igual que muchos, en busca de una oportunidad. Se casó, formó una familia, y trabajó durante muchos años de noche cuidando abuelos. Actualmente solo se encarga del comedor y vive con una de sus tres hijas, que es discapacitada. Llegó al barrio “como la mayoría de los vecinos… por gente conocida”. Su tono de voz es igual de bajo que su estatura, y a diferencia de Félix, cuando te habla, si te mira a los ojos, no se despega de ellos pero no de forma desafiante o intimidadora, por el contrario, te observa con el calor ausente de esa mañana de sábado.          

Ella usurpó, no le da mucha satisfacción contarlo porque, “como a la mayoría de los vecinos, les gustaría poder pagar”. Entre mates, conversaciones y galletitas de agua se hace el mediodía. Irma se calza un delantal de cocina floreado y unos guantes de látex amarillos. Sobre la mesa de plástico introduce sus manos en una bolsa llena de restos de pollo. De allí solo selecciona las vísceras y el cogote; los coloca en un tupper grande. Dos perros sin collar merodean a su alrededor, van y vienen caminando entre los terrenos separados por palos y sogas. Los vecinos también están expectantes, cada tanto se acercan a preguntar si la comida está lista o envían a los niños a ver. Muchos de ellos juegan en las esquinas; todavía no hay plazas ni canchitas, pero se prevé la construcción donde ahora están las oficinas o “el búnker” de Hábitat.           

Al preguntar sobre los hechos delictivos en el predio y la noticia que publicó el diario El Día que dice que la Policía entró al barrio en un camión de construcción para desbaratar una banda narco, Irma señaló: "Eso es mentira, si vienen, vienen en la patrulla. ¿Para qué van a venir en un camión? Esas cosas no se quien las dijo. Igualmente acá viene gente de otros lados para esconderse, como en todos lados… pero acá hace más repercusión".  Esto último es algo en lo que coinciden la mayoría de los vecinos:-, los delitos no los cometen ellos, los cometen gente de afuera; la venta de drogas, la quema de casillas para usurparlas y venderlas, robos.

Vecinos unidos de La Toma

De a poco, se empieza a formar una pequeña fila. Ahora, desde el estéreo del Renault suena Ricky Maravilla. Ninguna, de todas las personas que ingresaron al lugar, entró sin saludar. Los tuppers entran vacíos y salen rebalsados de polenta con tuco. Son aproximadamente 20 familias las que se benefician de las ayudas del Comedor. "Lo bueno del barrio es que ayuda a un montón de gente que no tiene nada. Si uno quiere tener un terreno con papeles, con escritura, no puede. Como voy a tener un terreno si los sueldos no alcanzan a una canasta básica", dijo uno de los vecinos que se acercó por su vianda y prefirió resguardar su nombre.

           

Mientras el Municipio y la Provincia discuten cómo encarar la problemática, los vecinos del barrio se organizan y las solucionan. Así sucedió con la iluminación pública, con la llegada de agua a las viviendas tras un acuerdo con ABSA, la recolección de residuos que depende de cada familia, la red de protección y alerta que funciona bajo el grupo de WhatsApp “Vecinos unidos de la Toma”, y otras cuestiones como la prohibición de pasillos y la organización para luchar por adquirir nuevos derechos como la presencia de establecimientos educativos y sanitarios.          

Los vecinos están dispuestos a pagar el lugar en el que viven mes a mes, desean tener los servicios a su nombre, sueñan con un barrio en condiciones y por eso lo construyen, poco a poco, cuando la plata está disponible y el barro no les dificulta el andar. Félix, cuando habla, lo hace en nombre de todos los vecinos:-, “no somos chorros, somos gente honesta, que trabaja, somos trabajadores”. No te mira a los ojos porque los suyos se esconden de las lágrimas que afloran en su voz entre cortada.          

La jornada casi termina, el fuego se apagó y las ollas están vacías. Juan despide a todos y carga en el baúl una bolsa de alimento para perros llena de basura. “Me la llevo”, avisa. Varias mujeres salen de adentro de la casa, sonríen, siguen ofreciendo comida a los presentes.

Por Florencia Mujanovic y Guillermo López

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