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Cronos Noticias » Relatos Bonaerenses » 28 jul 2021 07:00

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Historias de Crímenes: El hombre de la bolsa y sus espeluznantes asesinatos

El primer asesino serial de la historia argentina mató a cinco criaturas de las que era a la vez padre y abuelo, fruto del incesto con las hijas de su concubina. Fue sentenciado a morir fusilado en la Penitenciaría Nacional en la que clamó por su inocencia hasta el final.


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La historia criminal argentina señala erróneamente a Cayetano Santos Godino, más conocido como el Petiso Orejudo, como el primer asesino serial de nuestro país. Pero ese "título", si es que así se puede llamar, pertenece a alguien con quien no solamente compartía su nombre de pila, sino también algunas de las macabras características que lo convirtieron en un ser oscuro y peligroso.

La historia de Cayetano Domingo Grossi comenzó a escribirse en 1896, justamente en el año en que Godino nacía. Durante la jornada del 29 de mayo, encontraron una bolsa con el brazo de una criatura recién nacida, en una quema de basura.

Por entonces, quien estaba a cargo de la Comisaría 12 encabezó una inspección ocular en el lugar en donde se encontró el cráneo destrozado del infante, junto a las piernas y el brazo restante. Algunas horas después, cuando uno de los carros descargó la basura, apareció el tronco, completándose así el cuerpo. A pesar de haber recuperado todas las partes del niño, el crimen quedo sin resolver durante dos años, hasta que un nuevo hallazgo conmocionó a las autoridades.

El 5 de mayo de 1898, otro macabro descubrimiento sacudió la tranquilidad de la misma quema, donde fue encontrado nuevamente el cadáver de un recién nacido con el cráneo destrozado y en avanzado estado de descomposición. En sus pequeños brazos y manos se registraron signos de quemaduras de primer y segundo grado y según las pericias forenses había sido estrangulado el mismo día de su nacimiento.

Los investigadores advirtieron que el cadáver estaba envuelto en arpillera y trozos de saco de hombre, de casimir negro, bastante usado y en el que se podían ver muchas composturas y arreglos.

Las direcciones postales de los desperdicios que rodeaban el cuerpo, ayudaron a identificar qué carro había recogido esa basura y los restos humanos y su conductor fue demorado e interrogado,  pero aunque había visto los restos, decidió no decir nada a la Policía por temor a verse involucrado.

Una nueva revisión de los restos recogidos en la escena del crimen fueron delimitó el número de sospechosos, al notar los investigadores que el pedazo de saco con numerosos remiendos hechos con género de luto, tenía un notable desgaste en las espalderas, como si lo hubiera usado un vendedor ambulante portando canastas con correas. En sus bolsillos también había restos de cigarros y granos de anís, lo que hizo considerar a las autoridades la posibilidad de que su portador último fuese español o calabrés, ya que éstos solían tener el hábito de las semillas de anís. Las demás prendas, por su calidad y estado, sugerían la humildad de su dueño.

Con estos datos y sabiendo el recorrido diario del carro basurero, la policía golpeó a la puerta en una casa de la calle Artes 1438 (hoy Carlos Pellegrini) en el barrio de Retiro, donde vivía una familia que vestía siempre de luto. Era 9 de mayo de 1898 y detrás de la puerta convivían la degeneración y el horror.

En la casa vivían Rosa Ponce de Nicola, sus dos hijas mayores Clara y Catalina, otros tres menores de edad y el concubino de Rosa, Domingo Cayetano Grossi, que se ganaba el sustento para él y su familia como carrero.

Los vecinos rápidamente pusieron un manto de sospecha sobre el entorno familiar al informar al cuerpo policial que Grossi mantenía relaciones íntimas con sus hijastras y que Clara, poco tiempo antes, había estado embarazada y algunos días después, había sido vista en estado normal, sin saberse que había ocurrido con el bebé.

Al otro día, cuando la policía revisó la vivienda, encontró debajo de una de las camas una lata con el cadáver de un bebé envuelto en trapos. El horror se apoderó de los servidores de la ley, que más tarde confirmaron que Clara había tenido dos hijos con su padrastro, Cayetano Grossi.

Este último trató de responsabilizar por sus crímenes a su hijo Carlos, quien a la vez estaba casado con Clara, esgrimiendo que había sido él quien había matado al bebé a pedido de Clara, su nuera y agregó que el otro bebé había nacido muerto.

Acorralado por las pruebas, negó haber mantenido relaciones sexuales con las hijas de Rosa,  y aseguró que los embarazos eran fruto de las relaciones entre sus hijastras y sus novios, pero algunos días después se quebró y confesó haber matado al primer bebé hallado en 1896 e incinerado a varios bebés más, aunque nunca con asumió haberlos asesinado.

Tiempo más tarde reconoció haber tenido un hijo con Catalina y cuatro con Clara, estrangulando a tres, pero aseguró que los dos restantes fueron incinerados por su concubina y sus hijas. Las tres mujeres (Rosa, Clara y Catalina) no negaron su responsabilidad en los cinco crímenes pero culparon a Grossi por las muertes de los bebes.

Tanto los investigadores como la sociedad quedaron perplejas ante el grado de sumisión que las mujeres mostraban a Grossi, que las había llevado a guardar silencio de tan aberrantes crímenes, en los que tras auxiliarlas en los partos, arrojaba a los recién nacidos al fuego, mientras ellas observaban el terrorífico espectáculo.

Rosa, Catalina y Clara fueron juzgadas como “encubridoras” de los homicidios y sentenciadas a tres años de prisión efectiva. Cayetano Domingo Grossi, por su parte, fue condenado a la pena de muerte, que se llevaría a cabo el 6 de abril de 1900 en la Penitenciaría Nacional.

Este italiano nacido en 1854 en Bonefatti, provincia de Constanza, que había llegado a Argentina en 1878, que fue botellero, afilador ambulante, mozo de cordel, vendedor de cacerolas y carrero, vio como sus esperanzas se esfumaban cuando el 5 de abril de 1900, el presidente de la República, Julio Argentino Roca, decretó que el ministro de Guerra pusiera a disposición del juez Madero la fuerza pública necesaria para que en la Penitenciaría Nacional se ejecutara la sentencia al día siguiente “pasando por las armas al individuo Cayetano Grossi”.

Las últimas palabras de Grossi antes de ser ajusticiado atado a una silla en los jardines de la capilla del establecimiento penal insistieron en su inocencia: “Yo recibo con resignación la pena que se me ha impuesto, pero soy inocente. Yo no soy culpable de la muerte de esas criaturas, porque las culpables son esas mujeres que me han acusado asesino de sus hijos. Yo no soy el padre de las víctimas; los padres de esos niños eran los amantes de las mujeres Nicola. Si yo fuera un asesino tan feroz, yo hubiera muerto a mis hijos con la madre”. Y remataba su justificación argumentando:

“¿Cómo es posible que una madre haya permitido que yo asesinara sus propios hijos? ¿Por qué no me acusaron ante la Policía cuando yo salía a la calle, las madres de las víctimas? No siento morir y hago esta declaración por el amor a mis hijos legítimos”.

Cuando el asesino sentenciado fue llevado a la capilla, ninguno de sus tres hijos mostró signos de pena o dolor y rehuyeron sus demostraciones de afecto, dejando entrever la repugnancia y el pavor que les causaba estar ante la presencia del condenado.

Algunos minutos antes de las ocho de la mañana, un piquete de soldados llegó a la puerta del lugar acompañado del juez Madero y del Director de la Penitenciaría coronel Boerr. Grossi junto a dos guardianes, se dirigió al lugar de la ejecución, donde recibió la descarga de los fusiles y en el cual el sargento 2º Emilio Lascano, le disparó el tiro de gracia. Su feroz existencia había concluido.

Por Hernán Marty

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